Toda la obra de Jordi Galcerán se caracteriza por ser de una tensión dramática extrema y una
capacidad de sorpresa que nos mantiene en vilo hasta su -sorpresivo- final. Esto gracias a una
estructura impecable en la que cada elemento está puesto en el lugar que debe estar puesto,
generando un sistema de “cajas chinas” donde los giros y quiebres en la historia mantienen la
atención de los espectadores, haciendo que éstos quieran anticiparse a los próximos
acontecimientos, pero siempre son superados.
Cómo va develando cada elemento es vital para mantener dicha atención y a su vez, no
generar tal angustia que el espectador desconecte de la historia. Dicha revelación va
confirmando, ratificando y poblando de sentido las conductas que hasta ese momento podían
resultar incomprensibles. Y mucho más que eso: esos comportamientos que habían generado
un juicio previo en el espectador, ahora se desmoronan y adquieren otro sentido, sino el
inversamente proporcional al que habían tenido, poniendo cuestionando toda nuestra
percepción de la realidad.
Un asunto como un femicidio -que es un tema álgido desde siempre, no sólo ahora porque en
estos tiempos tenga más visibilidad- es el contexto en dónde se desarrolla esta historia feroz. Y
claro, todas las reflexiones sobre el amor y las pasiones, la cultura y los mandatos sociales y
familiares, son puestos en cuestión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario